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Felipe II Augusto lega la monarquía más sólida y centralizada


 

MANTES LA-JOLIE, 14 julio 1223. Felipe II ha fallecido hoy cuando se dirigía a París, a negociar la organización de la próxima cruzada pontificia. Felipe II Augusto será recordado como el vencedor de Bouvines, pero las transformaciones de Francia bajo su largo reinado de 43 años han convertido, definitivamente, al reino de los francos en Francia, el estado más sólido y centralizado de la Cristiandad.


Sucedió a su padre Luis VII Capeto en 1180, con 15 años, y ha sido el último de los grandes monarcas de la época, junto con Enrique II Plantagnet, Federico I Hohenstaufen Barabarroja, Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y el papa Inocencio III. Todos ellos, ya fallecidos, fueron sus contemporáneos y lideraban potencias en plena expansión que habían reducido los dominios del rey francés a un pequeño territorio alrededor de París; Inglaterra había sumado la Aquitania y el Poiteau a sus extensas posesiones en el continente cuando Luis VIII, el padre de Felipe II, repudió a Leonor de Aquitania y el rey de Inglaterra se casó con ella. El Sacro Imperio de Federico Barbarroja era su poderoso vecino occidental y su influencia llegaba más allá del oeste del Rin; al sur, Castilla y Aragón habían extendido sus dominios a Gascuña y a la Provenza, respectivamente. La suerte de Francia parecía echada. Pero todos ellos también tenían problemas internos, debilidades que el joven Felipe II sabrá explotar y gestionar con suma habilidad.


Felipe II siempre estuvo detrás de la inestabilidad en Inglaterra, donde las turbulentas relaciones entre Enrique II Plantagnet y Leonor de Aquitania se convirtieron en un asunto de estado, hasta el punto de que aquél sufrió varias rebeliones de su familia. Felipe II de Francia estuvo siempre fomentando y participando en esas rebeliones, hasta que finalmente consideró que Juan I se encontraba con una posición más débil que su padre y su hermano y le declaró la guerra aprovechando el asunto de Isabel de Angulema. En aquella guerra arrebató a Inglaterra los territorios de Normandía, Bretaña y Flandes. En la novela Robin Hood, Felipe II es el rey francés que apoya la rebelión de Juan contra su hermano Ricardo Corazón de León cuando este se encontraba en la Tercera Cruzada.


Hacia el oeste hizo tres cuartos de lo mismo; desde el primer momento se alineó con el papado en la pugna que mantenía contra el Sacro Imperio por el dominio de la Cristiandad. Felipe II fue el primero de los reyes que se comprometió cuando Inocencio III proclamó la Tercera Cruzada en 1187, tras la pérdida de Jerusalén. Allí participó en la conquista de San Juan de Acre (1192). Francia se erguía así en la más firme defensora de Roma, una posición que la llevó a un situación crítica cuando estalló el cisma imperial entre Otón IV de Brunswick y Federico II Hohenstaufen (1210); el primero atacó los estados pontificios en Italia para después volverse contra Francia, la única potencia que se alzó en defensa de Roma. Cuando Inglaterra no dudó ni un instante en unirse a Otón IV en su ataque a Francia, Felipe II se vió acorralado por dos frentes. Todo el proceso de maniobras, desplazamientos y contramarchas de aquellas angustiosas horas culminó la tarde del 27 de julio de 1214 en Bouvines, con una milagrosa victoria de Felipe II; Francia se había salvado, Felipe II era su salvador y también el salvador de Roma.


Su nuevo liderazgo como rey Cristianísimo trajo a Felipe II nuevas recompensas, en este caso en el frente sur, donde veía como Aragón expandía su influencia en el Midi. La herejía cátara fue la excusa perfecta; Felipe intervenía, a través de su vasallo Simón de Monfort, para erradicar a los cátaros, y de paso ampliar sus dominios sobre el Languedoc.


Aunque menos espectaculares, sus éxitos en política interna son también muy importantes. Reforzado por todos los éxitos exteriores, Felipe II ha conseguido implantar una red de bailías por todo el territorio de Francia para defender los intereses reales ante los nobles. Para comprender la dificultad de este éxito, solo debemos observar a las restantes monarquías; en Inglaterra, la implantación de las sheriffs ha sido un detonante más de la Guerra de los Barones, que ha llevado a Juan I a aceptar la Carta Magna y su sometimiento a la ley, justo lo opuesto al autoritarismo francés; o como en Aragón, donde los noble se encuentran en abierta rebelión contra un joven Jaime I, o Portugal, cuyo poderoso clero ya ha ofrecido en dos ocasiones el trono portugués al rey de León, en otra lucha por defender sus privelegios ante los intentos de control de la corona. Solo Dinamarca y Castilla parecían seguir la estela de Francia, pero ambas han experimentado recientes tropiezos con el secuestro del rey Valdemar II y la minoría de edad de Enrique I de Castilla, respectivamente.


Finalmente, Felipe II Augusto también ha engrandecido la ciudad de París; ha pavimentado sus calles centrales y ha fomentado la construcción de Notre Dame, en la Ille de France, que ya tiene finalizada su espectacular fachadas oeste. También ha construida una nueva e impresionante muralla, cerrada contra la nueva torre del Louvre. También concedió los primeros estatutos a la Universidad de París, la más prestigiosa de su tiempo.


Reinará ahora su hijo Luis VIII Capeto (36), quien estuvo a punto de ser coronado rey de Inglaterra cuando los barones ingleses le ofrecieron el trono para luchar contra Juan I, y quien, precisamente, está casado con Blanca de Castilla, una de las nietas de Leonor de Aquitania, elegida por ella misma para enlazar con el trono real francés.



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Bo

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