La muerte de Alfonso II detiene la anexión de Portugal al reino de León
COIMBRA 25 marzo 1223. Alfonso IX de León (52) ha estado, por segunda vez, a punto de convertirse en rey de Portugal. Todo apuntaba en esta dirección cuando sus tropas, con el apoyo del alto clero luso y del papado, se disponían a destronar a Alfonso II de Portugal (37). Pero con la muerte del rey portugués ha desaparecido la causa de la rebelión; mala suerte para León. Heredará el trono su hijo Sancho (17), de quien los obispos esperan que cese la persecución de los grandes privilegios concedidos por su abuelo. Una vez más, estamos ante uno de los grandes fenómenos de estos tiempos; los esfuerzos de una monarquía feudal por construir un estado centralizado y la fuerte resistencia que ese proceso opone la nobleza.
La primera vez que ocurrió algo similar fue al principio de su reinado (1211) cuando, tras acceder al trono, puso en revisión las excesivas prebendas que su abuelo Alfonso I Henirques (+1185) había concedido a la alta nobleza, especialmente al clero, para que el papado reconociese a Portugal como reino (lo que eventualmente sucedió en 1179) y que fueron generosamente aumentadas por su padre Sancho I (+1211). Ello provocó una grave crisis entre Alfonso II y sus magnates, con quienes se alinearon sus hermanas Sancha (43) y Mafalda (28). La gravedad del enfrentamiento fue tal, que sus hermanas se refugiaron en León y ofrecieron la corona de Portugal a Alfonso IX, que era hijo de Teresa de Portugal (45), hermana de Alfonso II y recluida en un convento desde que Roma disolvió su matrimonio con Fernando II de Léon). Así, en 1212, el príncipe heredero Fernando entró en tierras portuguesas y se dirigió a Coimbra para derrocar a su tío Alfonso II. Pero estando en vísperas de la cruzada contra los almohades (la que desembocaría en la gran victoria de Las Navas de Tolosa) el papa Honorio III impuso su autoridad y ordeno el cese de las hostilidades entre los príncipes cristianos.
Siguió a continuación un período de paz relativa durante el cual Roma, tras el éxito de Las Navas, convocó otra cruzada contra los almohades para conquistar Alcàçer do Sal. La participación de cruzados del norte de Europa, que desembarcaron en Portugal camino de Egipto, también en el marco de otra cruzada, la Quinta, fue decisiva para la toma de la formidable fortaleza. La victoria fue tan celebrada como la de Las Navas de Tolosa. El prestigió de Alfonso II se vio fortalecido, y con él la autoridad real.
Pero inmediatamente después, Alfonso II retomaba su empeño en recuperar los excesivos privilegios del clero portugués. Para ello ordenó la "inquiriçoes", la realización de encuestas para conocer el alcance de los derechos señoriales. Ahí encontró la viva oposición de la nobleza y del alto clero. Un incidente con el obispo de Lisboa, al que se unió el de Braga, acabó con las tropas reales entrando en son de guerra en la ciudad episcopal de Braga. Aquello produjo la indignación del papa Honorio III (75), quien excomulgó al monarca leonés y, consecuentemente, dio vía libre a Alfonso IX para acceder al trono de Portugal. La muerte de Alfonso II ha detenido esta dinámica. León, otra vez, se queda sin recuperar el antiguo ducado gallego; Portugal seguirá siendo un reino independiente.
Le sucede en el trono su hijo Sancho II Henriques, que se convertirá en el tercer rey de Portugal desde que el reino fuera reconocido como tal por Roma en 1179. Le espera un clero muy poderoso y un país castigado por una grave crisis institucional que, entre otras cosas, ya lleva más de diez años inoperativo contra los almohades, lo que puede tener graves consecuencias sobre su proceso de expansión.
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