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Aragón en peligro: Simón de Monfort se niega a devolver al heredero



 

CARCASONA, otoño 1213. Henchido de soberbia tras su espectacular victoria en Muret, obtenida contra un ejército superior, Simón de Monfort no está dispuesto a desprenderse de la pieza definitiva que le permitiría controlar Aragón: Jaime, el huérfano de Pedro II de Aragón y María de Montpellier, y heredero al trono aragonés. Así ha contestado hoy el conde a una embajada de la nobleza aragonesa enviada a Carcasona con la intención de recuperar al niño-rey de Aragón. Si las situaciones de minoría de edad del monarca ya son complicadas para un reino, el hecho de que éste se encuentre en manos del enemigo que te acaba de derrotar puede tener consecuencias catastróficas.


El niño Jaime, de cinco años, se encuentra en poder de Simón de Monfort en virtud del arriesgado acuerdo de boda entre Jaime y Amicia, la hija de Monfort, acordado en 1211. Derrotado y muerte Pedro II, todos temen que Simón de Monfort se apropie ahora del heredero, se convierta en regente y comienza a controlar los designios del reino de Aragón. Para evitarlo, la aristocracia aragonesa deberá a enfrentarse, no a Monfort, si no a la poderosa mano que hay detrás de él: el rey de Francia. Pero, hoy por hoy, solo una persona puede detener al rey de Francia; el papa Inocencio III.


La comitiva de nobles enviada a Roma se ha reunida allí con el arzobispo de Albarracín, Ispán. El prelado ha representado a la corona aragonesa en Roma tanto en el tema de la cruzada hispánica que impulsaba el arzobispo de Toledo Jiménez de Rada, como en el litigio que Pedro II mantenía con María de Montpellier sobre la nulidad de su matrimonio, un litigio finalizado con el fallecimiento de ésta en abril de este año 1213. Afortunadamente para los aragoneses, Inocencio III ha sido receptivo a la petición de la comitiva.


Ciertamente, la diplomacia del papa Inocencio III siempre trabaja por frenar a los fuertes y apoyar a los débiles, una astuta estrategia que pretende evitar que ningún rey se haga suficientemente poderoso como para enfrentarse a Roma, celosa defensora de su papel como principal poder en el mundo. Así, mientras Aragón se convertía en una potencia regional con grandes dominios a ambos lados de los Pirineos, Inocencio III impulsó y buscó su debilitamiento a través de la cruzada albigense. Y ahora, cuando Aragón está a punto de perder su ascendencia sobre los dominios del sur de Francia, Inocencio III actuará en sentido contrario y ordenará a Simón de Monfort que devuelva al niño-rey a los nobles aragoneses.


Porque de todos es conocido que, tras la victoria de Muret, el Santo Pontífice y Simón de Monfort han empezado a distanciarse. El primer choque tuvo lugar con la disputa sobre quién debería ocupar el arzobispado de Narbona, si Monfort o Arnaldo Amalrico, el legado papal al frente de la cruzada albigense que eventualmente será el recompensado con el importante señorío. Y ahora, con las relaciones no tan fluidas, el papa sabe que debe enviar algo más que buenas palabras al vencedor de Muret. Es por ello que Inocencio III enviará a Narbona una embajada encabezada por un legado papal, ni más ni menos que Pedro Benevento (o Douai) el cardenal diácono de Santa María de Aquino, quien porta entre sus legajos la más efectiva arma del momento: la promesa de excomunión si el interpelado no se atiene a la petición del papa.


Simón de Monfort cederá ante Inocencio III y entregará al niño-rey al año siguiente, en una pomposa ceremonia celebrada en la catedral de Narbona.

IMAGEN SUPERIOR: SIMÓN DE MONFORT

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