Cabreros, ¿la paz definitiva entre Castilla y León?
CABREROS, 26 marzo 1206. Aunque el tratado firmado hoy entre Alfonso IX de León y su primo Alfonso VIII de Castilla sea el enésimo suscrito entre ambos sobre la posesión de Tierra de Campos, lo cierto es que contiene una novedad que permite albergar mayores esperanzas que los firmados hasta ahora: la concesión de dichas tierras al infante Fernando, hijo del leonés y nieto del castellano.
Una enconada disputa que se inició con la última separación entre Castilla y León, hace ahora cincuenta años, cuando en 1157 el rey-emperador Alfonso VII repartió el reino de León entre sus dos hijos, otorgando León a Alfonso II y Castilla a Sancho III, padres de Alfonso IX y Alfonso VIII respectivamente. Las relaciones entre ambos hermanos fueron cordiales, llegando a acordar que en caso de muerte de uno, el otro heredaría su reino y ambos volverían a estar unificados bajo un mismo rey.
Pero cuando Sancho III murió poco después (1158), la nobleza castellana, liderada por los Pérez de Lara, no aceptó al rey leonés como monarca, con lo que en 1160 empezó una lucha que, de forma más o menos intermitente, ha durado hasta hoy en día. Aquella guerra supuso la conquista de amplias zonas de Castilla por parte de León, incluyendo las importantes ciudades de Burgos, Segovia y Toledo, pero los castellanos consiguieron evitar, casi milagrosamente, la captura del rey-niño Alfonso. En cualquier caso, León se apoderaba de Tierra de Campos, la disputada frontera sin apenas accidentes naturales donde la posesión de sus castillos supone el control de la frontera y, por tanto, confiere una enorme ventaja al reino teniente.
Los años siguientes contemplaron el fortalecimiento de Castilla en lucha contra navarros y almohades (con la inestimable ayuda de Alfonso II de Aragón) y el debilitamiento de León en luchas contra Portugal y los almohades. De tal manera fue así, que en los años ochenta la situación se volvió tan crítica para Alfonso II de León que precisó de la ayuda de su sobrino Alfonso VIII de Castilla, unos acuerdos que culminaron en la curia de Carrión de 1188, donde León se declaró vasallo de Castilla y cedió la Tierra de Campos a Alfonso VIII. El acuerdo fue vivido como una humillación por los leoneses.
Por ello, la paz duró hasta que amainaron los ataques contra León. En 1191 Alfonso IX de León, quien había sucedido a su padre, entró a formar parte de la Liga de Huesca, la alianza de Portugal, Navarra e incluso Aragón contra Alfonso VIII, considerado ya definitvamente el monarca más poderoso de la península. Castilla fue atacada simultáneamente por el este y el oeste, y León volvió a atacar Tierra de Campos. Este episodio terminó con el Tratado de Tordehumos, (1194) donde intervino la Santa Sede y obligó a Alfonso VIII a devolver a León los castillos conquistados, algo que el monarca castellano no tuvo ninguna prisa en poner en práctica.
Así, León retomó las hostilidades aprovechando la extrema debilidad en que había quedado el ejército castellano tras la derrota de Alarcos (1195). En esta ocasión llegó hasta la plaza de Carrión, emblema de la humillación sufrida siete años atrás. Pero Castilla reaccionó a tiempo, y en 1197, aliado con Pedro II de Aragón, un niño bajo la regencia su madre y tía de Alfonso VIII, Sancha de Castilla, entró y devastó las tierras leonesas. Aquella guerra acabó tras las vistas de Tarazona (1197), y se ideó una solución novedosa: se acordó la boda de Alfonso IX con Berenguela de Castilla, hija de Alfonso VIII, aportando ésta como dote los castillos de Tierra de Campos (Capitulaciones de Palencia, 1199). Parecía perfecto, pero había un problema; la Santa Sede no autorizó el matrimonio por consanguineidad (algo evidente y que todos esperaban, ya que Alfonso IX era tío segundo de Berenguela), con lo que amenazó a los contrayentes con la excomunión. A pesar de ello, Berenguela y Alfonso retrasaron al máximo la separación y llegaron a tener cuatro hijos, entre ellos el infante Fernando. Pero la presión de la Santa Sede no cesó, y cuando los arzobispos de Toledo y Santiago de Compestela amenazaron con ejecutar la excomunión, en 1204, el matrimonio tomó la decisión de separarse.
La anulación del matrimonio dejaba sin efecto el acuerdo de Palencia y la guerra volvió a enseñorearse de la maltrecha Tierra de Campos, con Castilla tomando por la fuerza varios de sus castillos. Pero las semillas del acuerdo de Palencia habían arraigado, y las negociaciones que se retomaron entonces han culminado con el acuerdo firmado hoy en Cabreros. Pero esta vez con una importante variación con respecto a aquél; la tierra que componía la dote de Berenguela de Castilla se ha convertido en señorío del infante Fernando, hijo de Alfonso IV y nieto de Alfonso VIII. Es por esto que el Tratado de Cabreros muestra un aspecto más solido que los anteriores acuerdos alcanzados entre ambos reinos.
Queda por última destacar una cosa no menos importante; el texto firmado en Cabreros es el primer documento procedente de una cancillería real redactado íntegramente en lengua romance, en lugar del latín usual hasta entonces. Es, por tanto, una magnífica prueba del desuso en que se encontraba la lengua clásica y de la pujanza de las lenguas romances derivadas de ellas, así como, más en el fondo, de la fortaleza con que las estructuras político-sociales de la nueva potencia, Castilla, se imponen sobre las más viejas y débiles del reino leonés.
Cabreros del Monte es un municipio de la provincia de Valladolid ubicado cerca del límite con León, a medio camino entre Valladolid y Benavente. Actualmente tiene una población de 58 habitantes, y es un flagrante ejemplo del grave problema de despoblación que está sufriendo la España rural, pues ha perdido el 50% de sus habitantes desde el año 2000.
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