Italia y las fuerzas centrífugas del Imperio
MILÁN, primavera 1191. Desde que Otón I fue proclamado emperador del Sacro Imperio Románico Germánico (962), o incluso antes, desde Carlomagno hace casi cuatrocientos años, el imperio ha llevado en su interior las dos fuerzas que, al mismo tiempo, lo hacen posible y amenazan con su destrucción, a saber: las relaciones con el papado y el control de los heterogéneos pueblos que lo integran. La primera porque, siguiendo la tradición que se inició con Carlomagno, es el papa el que concede el título de emperador al rey de los germanos, señalándolo como protector de la iglesia de Cristo, y el segundo porque sin el reconocimiento del resto de reyes y señores feudales, la legitimidad del emperador sería puesta en duda.
La lucha entra imperio y papado por la primacía de la Cristiandad ha sido una constante, más o menos intermitente, con conocidos episodios como la Querella de las Investiduras (la decisión sobre quién debía elegir a los obispos y que no finalizó, con victoria papal, hasta el Concordato de Worms en 1124) o el cisma de la iglesia de 1161 (entre partidarios de la primacía del emperador y del papa, resuelto también a favor del papado con la Paz de Venecia de 1177). Por otro lado, también se dan las tensiones territoriales y dinásticas con las que cada emperador se ve obligado a tratar. Lo excepcional de la península itálica es que en ella se dan (y se retroalimentan) estos dos tipos de fuerzas, dado que las tensiones de orden políticos son más importantes por el gran desarrollo mercantil y financiero de la zona, y porque dichas tensiones son avivadas y utilizadas por el papado en su secular lucha con el imperio.
A esta alta tensión se une ahora el reino de Sicilia, que ocupa toda la Italia del sur además de la isla, y que, recuperado de los musulmanes en 1076, ha sido usualmente un fiable aliado del papa. La región se convierte, aún más, en una caja de bombas cuyo menor desplazamiento puede provocar cambios de enorme calado, como ya ocurrió con la batalla de Legnano (1176), cuando las milicias comunales derrotaron al ejército del emperador y acabaron con el cisma restituyendo a Alejandro III como único papa de Roma) o como la cruenta campaña de Enrique VI que acaba de fracasar ante las murallas de Nápoles cuando pretendía restablecer el trono de Sicilia en su mujer Constanza.
No es previsible ni que el imperio abandone sus derechos sobre Italia ni que el papado prescinda de aprovechar estas tensiones para alimentar su supremacía sobre el emperador, por lo que mucho nos tememos que esta región va a seguir estando en el ojo del huracán durante muchos años (¿siglos?) por venir.
IMAGEN SUPERIOR: EL IMPERIO DE CARLOMAGNO TRAS LA DIVISIÓN DE SUS NIETOS. LOTARINGIA SERÍA DIVIDIDA ENTRE EL REINO DE LOS FRANCOS (OCCIDENTE) Y EL SACRO IMPERIO GERMÁNICO (ORIENTE)
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