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Aragón, una potencia en ciernes

PRIMAVERA, 1176. Desde que el conde de Barcelona fuera coronado rey de Aragón, Alfonso II se ha erigido como cabeza indiscutible de los condados catalanes, sobre los que ya tenía cierta ascendencia, y casi ha doblado la extensión del territorio bajo su dominio.


Con el control sobre La Provenza, Alfonso II ha dado un paso de gigante en sus pretensiones occitanas, a las que se ha dedicado durante los últimos años a través de alianzas familiares y luchas contra otros pretendientes. A ello se une su reconocida preeminencia entre los condados catalanes, la mayoría de los cuales ya le han jurado vasallaje mientras que los que faltan lo harán en un futuro más o menos próximo. Y a todo ello hemos de unir la expansión hacia el sur con la conquista de Caspe y la creación del concejo de Teruel, una posición muy avanzada que le permite tener a la vista los enclaves musulmanes de Cuenca y Valencia.


Así, en estos momentos, Aragón es un agente muy relevante en la situación política del sur de Francia, tal vez al nivel de una Francia que se encuentra debilitada por su lucha contra Inglaterra, una posición y unos territorios que fortalecen, también, su posición en el escenario de la Reconquista, como se ha podido comprobar con los importantes avances hacia el sur.


Es en estos años cuando, por primera vez, la chancillería de Barcelona ha empezado a utilizar el término Catalunya para referirse a los condados feudatarios de Barelona y, sobre todo, a la nueva tierra ganada al sur de Barcelona.

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